Exitosa
presentación de la novela Sol de brujas
del autor uruguayo Leonardo Rossiello Ramírez.
Ante una
numerosa colonia latinoamericana, en la cual se encontraba Milton Soto
Santiesteban embajador del Estado Plurinacional de Bolivia, y su familia, y
también de algunos ciudadanos suecos, fue lanzada la última novela de Leonardo
Rossiello Ramírez en la biblioteca de Uppsala. El evento estuvo amenizado por
el cantautor Simon Rojas Kallin quien interpretó canciones del mejicano Sixto
Rodríguez. A continuación el discurso de la presentación a cargo el escritor
colombiano Víctor Rojas.
Paraguas
para un sol de brujas
El escritor Leonardo Rossiello elige el año de su nacimiento para darle vida a Sol de brujas, una divertida novela que
plantea asuntos muy serios y donde Luis Eduardo Águeda es el personaje central.
Esta figura es el prototipo del burócrata de clase media. De esa de la que con
tanta jocosidad nos habló Mario Benedetti tanto en su poesía como en sus
cuentos. Águeda sobrelleva una vida aparentemente sin mayores complicaciones.
Tiene trabajo fijo con el municipio, un carro usado y bien cuidado, reservado
para salir los fines de semana, una esposa embarazada y una pareja de amigos.
Por supuesto que tiene membresía en un club de golf y en sus planes a corto
tiempo está el de incursionar en el mundo de la política. No porque su
convencimiento ideológico lo obligue a defender en las plazas públicas sus
visiones acerca de cómo se deben manejar los asuntos de la sociedad. No, este
funcionario municipal fiel a su estirpe, carece de ideas acerca de cómo dirigir
los destinos de una nación. Lo que él proyecta en los soñados estrados es subir
de estatus social y tener billetes de mayor envergadura en su billetera. Este
personaje rosselliano en nada se diferencia de esa clase política arribista e
inepta que durante siglos ha pululado en todas las esferas de poder de la gran mayoría
de países latinoamericanos. Por culpa de estos individuos las arcas de los
tesoros públicos han sido más amigas de los bolsillos de los politicastros que
de las necesidades de la gente. Físicamente Águeda es alto, pelirrojo, brioso,
luce bigote y anda bien vestido. Un día cualquiera, que por cierto, pintaba
como ejemplar, tan pronto llega a su oficina recibe una inesperada llamada telefónica.
Al otro lado de la línea una voz, de mujer
desconocida, lo incita para que abra una carta que le ha dejado sobre el
escritorio. Y Águeda, que además de las particularidades ya mencionadas cuenta
también con la de creerse que Montevideo es un gallinero y él el gallo de
corral, se deja llevar por la curiosidad. Como si fuera un personaje bíblico, nuestro
burócrata cae en la tentación y abre la misiva.
En el universo de la buena literatura, al igual
que en el mundo real, los magnos acontecimientos los genera un asunto baladí,
un elemento insignificante. Las grandes praderas son incendiadas por una
chispa. Pues bien, la vida de Luis Eduardo Águeda también se rige por ese
singular principio. Con la salvedad de que a él le fue dada la posibilidad de
elegir, de darle o no vida a ese elemento trivial. Así reza el final de la carta, escrita con
fina caligrafía en tinta verde:
En caso de que usted no
desee seguir conociéndome, escriba cualquier otra cosa, o tire esta Epístola
Primera a la basura. Haga lo que usted quiera, y si no quiere hacer nada, pues
no haga nada, como si fuera un monje budista zen. De esos que se dedican a no
hacer nada en absoluto y encima les parece regio.
La epístola no fue a parar al tacho de la basura. Águeda
eligió y al final de la novela lo encontramos pagando lo elegido. El
desconcierto en el que empieza a entrar su vida se rige por la máxima de que
cada mala situación es susceptible de empeorar. Las cartas que Águeda continuó
recibiendo son de ponderado valor. No solo le dan un vuelco total a la vida de
su destinatario sino que dejan en el lector la impresión que Rossiello es dueño
de un enorme depósito de conocimientos que utiliza con precisión en su
ejercicio narrativo. De esa cualidad que debe tener todo escritor, la
sapiencia, hay una leyenda en la mitología nórdica que nos cuenta de las
mortales peripecias que Odín tuvo que pasar para hacerse a la chicha de la
poesía. El dios vikingo se alzó con la preciada chicha porque le urgía darle de
beber a su ejercito ya que una condición sine
quanom para sus guerreros era que antes de aprender a manejar las armas
debían aprender el oficio de los poetas. Pues bien, la famosa chicha estaba
fermentada con la sangre del gigante Kvásir, Y la sangre de Kvasir estaba
compuesta por todo el conocimiento del mundo. En su nueva novela Leonardo
Rossiello nos hace dar la impresión de que pertenece a esas huestes de sabios
guerreros que en el oficio narrativo hacen gala de vastos conocimientos. Y no
debe ser de otra manera ya que uno de los nobles objetivos del escritor es
entregar a los lectores las llaves del depósito donde reposa la sapiencia. Solo
la sabiduría hará de mujeres y hombres seres libres. Pero volvamos a las cartas
o epístolas de Eléonore. Dichas misivas también obligan al lector a una reflexión,
dolorosa pero necesaria, del nefasto papel que las monarquías de Europa han
jugado en todas partes del mundo, especialmente en el continente africano. Entre
líneas se percibe en la narración el saqueo a que fue sometida la República
Democrática del Congo, en la época en que era una gran hacienda del monarca
belga Leopoldo II. Solo basta un corto párrafo de Sol de brujas para conmoverse por el desprecio con que los belgas trataron
la fauna y flora del Congo. Veamos.
(…) papá y Abuelo Luc
salían en canoas a lugares profundos del río, soltaban un bloque de
trinitrotolueno con mecha impermeable y cápsula fulminante, bum, explotaba ahí
abajo, se formaba como un rielado en el agua que quería subir en burbuja pero
no podía, se estremecía todo, hasta las lianas de la jungla, monos y loros yacú
(como uno, virtuoso del insulto, que teníamos en casa y sabía más de
trescientas palabras) y al cabo salían a la superficie todos los peces que
hubieran estado en un radio de cuarenta o cincuenta metros del bloque de explosivo,
y boas, y hasta cocodrilos. Una vez mataron a un hipopótamo de un bombazo, era
una masacre o matanza, después iban con una red como un mediomundo, y no creas
que llenaban la canoa y después repartían. No, se quedaban con tres o cuatro de
los mejores pescados y el resto los dejaban ahí, flotando (…)
Sin embargo, a la depredación a que fue sometida
la Republica Democrática del Congo, en la época en que se desarrolla la novela,
se le suma también el desprecio por la vida de los nativos. La autora de las epístolas
es hija de un súbdito belga interesado en limpiar la raza. Ella misma le cuenta
a Águeda:
Mi padre, en aquel momento y con
la inestimable ayuda de mi madre, estaba en el Congo Belga dirigiendo las
actividades de un importante Instituto de Higiene Racial, principalmente
mediciones, experimentos e investigaciones de todo tipo. Era un centro
importante, él se carteaba con los principales higienistas raciales de todo el
mundo, incluyendo al famoso sueco Herman Lundborg.
Valga la pena recordar que el higienista racial
Herman Lundborg, fue jefe del Instituto Estatal de Biología racial con sede en
Uppsala. El sueco estaba convencido que los cabezanegra y los gitanos provenían
de un cruce de razas que tenía la tendencia al crimen despiadado, la demencia y
la idiotez. Al igual que Hitler y su séquito, creía que la estirpe blanca,
nórdica, tendía al bien y era pura y perfecta en sus genes. Tan casi nada ha
avanzado la Humanidad que un siglo más tarde, aún hay individuos que siguen
creyendo en estos cuentos. Para la muestra un botón: dentro de poco tiempo tendremos
elecciones parlamentarias en Suecia y las encuestas nos chismosean que el
partido de los racistas llegará al parlamento con numerosa delegación. A eso
conlleva la falta de sapiencia. Pero volviendo a Eléonore, quien como se
aprecia es protagonista relevante en Sol
de brujas, hay que destacar cómo Leonardo Rossiello se las ingenia para
crear un personaje que en la práctica narrativa no existe pero que a través de
ella recibimos los elementos más importantes de la novela. La intriga, los
conocimientos, el delito, la manipulación y una gran dosis de ironía y
erotismo. El preludio a lo que parece haber llevado a Eléonore a tener su
primera real experiencia sexual, a perder su virginidad en sus días de
adolescencia, lo narra ella misma con esta escena:
A medida que me acercaba los
ruidos continuaban y se hacían más nítidos. Al llegar me asomé y vi un
espectáculo que se me quedó grabado. Totume Belela estaba desnuda, inclinada,
casi en cuatro patas, apoyándose contra una repisa baja, sus grandes senos
balanceándose, y gemía, porque atrás, desnudo, estaba Didí, la tenía bien
penetrada, con la mano derecha la tomaba por la cintura y la ayudaba y la
dirigía en el movimiento de su grupa grande y redonda, para atrás y para
adelante, pero también movimientos circulares pélvicos o lúbricos, dos
esdrújulas seguidas, no, tres, qué gracioso (…)
Es la actuación de Elénore la que nos hace sentir
por un instante que Sol de brujas
tiende de vez en cuando a convertirse en una novela policíaca. Afortunadamente
no es así. Se trata de una novela citadina, de gran alcance, que cumple muchos
objetivos a la vez. El lector no queda a salvo de hacer una profunda reflexión
acerca de las condiciones del ente humano. La política, el amor, el engaño, la
diatriba entre explotados y explotadores y por supuesto, los actos de estupidez
que la humanidad comete en su divagar. Esa misma técnica narrativa de
sorprender al lector en la última frase con la cual no deleitó el inolvidable
Horacio Quiroga, es empleada por su compatriota Leonardo Rossiello Ramírez con
fina puntería. Al final no sólo se sabe quien es el verdadero conspirador, sino
también la razón de la conspiración en desmedro de la existencia de Águeda. Y
aquí cabe de nuevo resaltar lo inescrupulosa que es la clase política corrupta.
El suegro del personaje central es un politicastro, un vividor de las
necesidades populares. Eso basta para adivinador su papel de mequetrefe en la
novela. “Sol de brujas” es una expresión
popular con la cual se hace referencia al sol que anuncia borrascas. Viene de
la creencia de que eran las brujas quienes determinaban el estado del tiempo.
Magnifico titulo para una novela de mucho contenido social.
La primera vez que encontré a Leonardo Rossiello
sucedió en Borås, una ciudad intermedia entre Gotemburgo y Jönköping. De eso ya hace más de tres lustros. Íbamos a
leer poesía en el instituto de inmigrantes de ese pueblo. El público estaba
compuesto por el organizador de la velada y su mujer de origen finlandés, más
dos entusiastas parientes que nos acompañaban, uno de Leonardo y otro mío. Me
acuerdo que de ese encuentro quedé con una gran inquietud. ¿Para quién narran
los escritores latinoamericanos que viven en Suecia? Y de remate, si la mayoría de los narradores
provenimos de exilios forzados. Escribimos en el idioma con el cual nos
amamantaron para un público cada vez más reducido que convive con los muchos
miles de lagos y bosques de este bello país y para colmo poco motivado a la
lectura. Creo que le escuché decir a Leonardo que escribimos para la posteridad
ya que algún día, después de que nos carguen los temidos vientos ineluctables,
alguien de aquí o de allá, nos descubrirá. Y esa apreciación es justa en la
medida en que nunca se sabe qué camino toman los libros después de que son
presentados. Los suecos han sido más objetivos, más racionalistas frente a esa
inquietud. Han acuñado la expresión invandrar-författare
para denominar a los escritores que casi nadie lee y que por lo tanto tienen
que desempeñar otros oficios para ganarse el pan de la vida, ya sea calificando
tesis literarias como es el caso de Leonardo o persiguiendo ladronzuelos, como
es el mío. En fin, personalmente creo que escribimos para nuestras tías
piadosas y por lo tanto lo hacemos con mucha devoción y eso requiere harta
responsabilidad y bastante entusiasmo. Pero les contaba de mis encuentros con el
escritor homenajeado esta noche primaveral. Años después Leonardo y yo nos
encontramos de nuevo en la Universidad de Gotemburgo. Yo forjaba una tesina
sobre el humor en la poesía de Roque Dalton
y en vista de que mi profesor de literatura, Lars Lönnroth no tenía ni
idea de quién era el ofendido poeta salvadoreño, me remitió al departamento de
lenguas romances donde trabajaba un profesor venido de Latinoamérica. Ni más ni
menos dicho catedrático era Leonardo. Creo que nunca tuve tiempo de agradecerle
su tutoría, ni siquiera un posterior par de años cuando nos volvimos a
encontrar en Bogotá. Leonardo había sido invitado a la Feria Internacional del
Libro a presentar la novela con la cual había ganado el premio Alvaro Cepeda Samudio.
La versión de esa feria estaba dedicada a la diáspora colombiana. Yo, además de
andar con el miedo a cuestas por las posibles represalias de la derecha de mi
país, estaba tratando de convencer a los bogotanos de que el realismo mágico
tiene sus raíces en la poco conocida Saga de Islandia. Ese encuentro a la
entrada de la feria, fue un poquito más largo que un parpadeo. No pasó más allá
de una exclamación de sorpresa al unísono: ¿tú, qué haces acá? Nuestro ajetreo
de ese momento no nos permitió siquiera degustar juntos a la hora del almuerzo
un buen sancocho capitalino. Realmente ha sido Uppsala el lugar que nos
permitido compartir con más tranquilidad. Es la segunda vez que gracias a los
buenos oficios de María Miranda y la presencia de la colonia latina nos
encontramos en esta histórica ciudad para compartir ese maravilloso mundo de la
literatura.
Leonardo Rossiello Ramírez nació en
Montevideo, Uruguay. Desde 1978 reside en Suecia, donde es profesor e
investigador en la Universidad de Uppsala. Ha publicado ensayos y trabajos de
investigación, así como libros de poesía, cuento y novela. En 1993 fue el
ganador del primer concurso “Narradores de la Banda Oriental” de Uruguay. En
ese mismo país ha sido distinguido por el Primer Premio del Ministerio de
Educación y Cultura en ensayo, 1990, y en narrativa los años 1996 y 2000. En
1997 obtuvo el premio Casa de América Latina, dentro del Premio Juan Rulfo de
cuentos, en Francia. En 2003 ganó el Primer Concurso de Novela Breve Álvaro
Cepeda Samudio en Colombia. Parte de su obra ha sido traducida al sueco e
italiano.
Gracias Leonardo por ofrecernos Sol de brujas, genial novela de la cual
los lectores que viven en América Latina no tendrán el privilegio de ser los
primeros en leerla. Allá ellos, ¿quién les manda vivir tan lejos?
Víctor Rojas